miércoles, 13 de febrero de 2013

Diario de un emigrante. Inglaterra


El día que llegué a Inglaterra. El funcionario de fronteras me pidió el pasaporte, le entregué el documento de identidad, lo miró, me miró, dio su conformidad, estaba en suelo inglés, era diecisiete de septiembre. Aún me quedaba mucho para encontrar Inglaterra.

Ha sucedido, fue el fín de semana, lo encontré, ingleses de verdad, de los de la piel rosada que muta a rojiza según avanza la noche y la ingesta de alcohol, de los de pelo rubio, de los de comer a cual guarrada mayor, de los de desayunar alubias, comer sándwich y cenar un buey entero a la hora de la merienda. De los que todos tenemos en la idea de estereotipo inglés. Él me ha invitado, por qué no iba a asistir, es una gran oportunidad, y quien sabe, quizá me quede, quizá sea el tren que pasa. Me lo planifique bien, quizá mejor de lo necesario. Solo es coger un tren en King Cross hacia Cambridge. La vieja y nostálgica King Cross, famosa entre famosas, será cosa de magia. Pero el problema, la piedra surgió antes de lo previsto, cerrada la Northern Line por reparaciones. Pues nada, crucé los pomposos barrios de Hamstead, sobre el nivel de la tierra, autobús de sustitución. Con el consiguiente retraso. Aunque salgas pronto de casa ya se encargará el karma de hacerte llegar tarde, frase que podría haber sido sacada de las pesimistas y graciosas leyes de Murphi. Pero no fue un tiempo baldío. Conocí cierta chica simpática, que… me dio conversación y me hizo ameno el viaje. Está bien era más bien una señora, casi ancianita, y la conversación no fue muy interesante, pero por lo menos era más entretenida que mi libro. Este libro no lo estoy leyendo, lo estoy sufriendo. Pero por mis cojones que lo acabo. Mientras viajaba me iban entrando las inseguridades, una a una, que me iba a encontrar, les entendería cuando me hablasen, me perdería en medio de Inglaterra sin dinero para volver, me violarían, bueno esta última era más bien un deseo.  Al final se cumplieron casi todas, pero todo a su tiempo. Llegué, tarde, llegué. Pregunté por la gente, me llevaron hasta ellos, y primera sorpresa, no eran cincuenta, ni sesenta, no iba a pasar desapercibido pues no llegaban a diez. Estaban cenando, yo tenía hambre, así que le eche morro y pedí un plato y me fui a por comida, pasando de charlar, lo primero es lo primero. Qué asco de cena, no había nada normal. Pavo cocido con salsa de grasa acompañado de grasa, me lo comí, total era comida, tipical british. No había estado aun en un restaurante que dieran comida inglesa, empezaba a pensar que no existía. Segunda incógnita fue resuelta tras la cena, en la sobremesa, en la conversación, que como todas se expusieron las claves para salvar el mundo, algo solo alcanzable por el razonamiento, oculto para las grandes mentes dirigentes de este nuestro mundo. Era cierto, no les iba a entender cuando me hablasen, los ingleses de verdad no hablan en inglés, hablan por sonidos inteligibles para el resto de los mortales. Ejemplo de ello fue mi compañero de cuarto, venido del norte de Gales, su nombre, aun a día de hoy desconocido, algo así como jkfsd, solo emitía un sonido continuo sin variaciones cuando hablaba, a lo que los demás especímenes de su especie respondían, pero yo era incapaz de entender. No fue toda la estancia igual, según fue avanzando fui distinguiendo palabra, incluso alguna frase completa. Al día siguiente sufrimos las primeras deserciones, el rarito, el que no había abierto la boca aún se marchó, huyo, echaba de menos a mama. Pudiera ser también que tuviera mejores cosas que hacer, no como yo. Desayuné, huevos con alubias, y sigo vivo. Conocimos la oficina, amplia, llena de mesas, de teléfonos y de gente trabajando. Comenzamos, era a lo que habíamos venido, lo anterior no fueron más que preliminares, sala de reuniones, o de formaciones, los que quedábamos alrededor de una mesa, la elfa explicaba, la entendía, por lo menos sabía de qué hablaba, quizá porque ya se me el mensaje, arreglamos el mundo. Para ser una elfa estaba algo rellenita, se ve que disfrutaba de la vida, aun así le hacía una cara interesante, diferente, de esas que gustan mirar, que generan confianza, algo básico para el trabajo que lleva a cabo. Su escote también ayudaba. Un día entero de reunión, no encajaba con lo que yo esperaba, mas saque muchas cosas positivas, muchos aprendizajes, y cerré una puerta, que puede ser algo que necesitaba, tal vez tenga demasiadas abiertas. Ejercite mi inglés, como los ejercicios del colegio en los que sales a hacer una exposición sobre un tema, pero sin prepararlo y cuando los demás van a otra cosa, creo que no será la última vez, me servirá en un futuro. Comí a las once y media, sándwiches, asquerosos, pero parecía un muerto de hambre, todos cogían uno, yo cinco, necesito mi comida del mediodía, no me acabo de fusionar con las costumbres isleñas. Me pagaron el billete, dos días viviendo de gorra, pensamiento muy patrio. Se acabó la reunión y hay fui yo el que deserte, no iba a seguir adelante, los supervivientes se dirigían a un destino incógnito  a convivir durante semanas, yo cumplí mi siguiente premonición, me perdí, estaba en el centro de Inglaterra, diluviaba, no tenía paraguas, no tenía dinero, no sabía cómo llegar a la estación donde coger el tren que me llevase de vuelta a Londres, la solución, preguntar, si, pregunté por una dirección, estaba desesperado. La vuelta no tuvo más misterio, no me perdí más, no encontré chicas interesantes en el tren, no me violaron y la línea de metro no estaba cerrada. 

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