martes, 20 de noviembre de 2012

Diario de un emigrante. Domingo

Los domingos se acaba de mundo. No quisiera ser una metáfora, pero, aquí, en Londres, cobra más sentido que nunca, cobras cada semana, pagas cada semana, vives de semana en semana, los domingos cobran su más alta expresión como consumación de un tiempo vital. Hago la compra semanal los lunes, y compro alimentos justos para la semana, pues tienen la costumbre de caducarse a velocidades vertiginosas, la etiqueta ‘Using within 3 days of opening’ parece ser moda por estas islas. Pago mi alquiler de forma semanal, todos los miércoles, puntual, hace que parezca razonable la cantidad estipulada, pero no quiero multiplicarla hasta averiguar la cifra mensual, me produciría escalofríos. Cobro mi nómina cada dos semanas, toca un poco la moral, es otra estrategia para hacerla parecer mayor de lo que en realidad es. El abono de transporte, que ya paso a mejor vida, lo pagaba de forma semanal, veintinueve libras por poder usar el metro y autobús en las zonas 1 y 2, a punta de pistola. Con esta organización, si, el domingo es ese día cual descanso todo lo que te han exprimido durante la semana. Quizá tenga un montón de planes para cuando tuviere un día libre, pero son vanos, todo el plan que debería hacer es, no quitarme el pijama en toda la jornada, y si me apuras llamar al chino para comer… aun no, no me siento con fuerzas de adivinar como cocinan los chinos en este país, donde la calidad de la comida general brilla por su ausencia. 


Hoy es domingo, sigo en la cama, son las doce de la mañana, pienso la comida que prepararé cuando baje a la cocina, algo que se antoja difícil. Hablando de comida, utilizo mucho tiempo aprendiendo a cocinar mejor, es algo que me realiza, cojo ideas del restaurante, de internet, de los libros o artículos que leo, e intento realizarlas en mis fogones, algunas veces con más acierto que otras, pero de eso trata todo aprendizaje, de fallar, levantarse y volver a fallar. El último plato al que he vencido es algo parecido al arroz briyani, lo cocinan en el restaurante, ellos usan arroz basmati de las mil maravillas, yo arroz sansbury basic, viene siendo cuatro veces más barato, el resultado es bastante parecido, arroz frito con verduras o pollo, gran cantidad de curry, como casi toda la cocina india, aromatizado con menta, y acompañado de una salsa de yogur. No es por echarme flores, pero después de cuatro o cinco intentos, sufridos intentos, me ha quedado comestible. La tarde no presenta muchas más alternativas, la cama, la vagancia y el descanso me atraparán.

Para el domingo, había planeado coger la bici, si, me he agenciado una bici, y explorar los alrededores, ver si conseguía llegar al domingo de la ciudad de Londres. No lo hago, no lo haré. Pero por lo menos estoy escribiendo.

Ensayo infinito
en pos del asiduo fallo,
pero céfiro tornó
aun mereciendo desmallo

Pa mi tos habitual
leche tibea con miel,
hallé la aguja del pajar,
hallé mi ciento por cien

No se debe esbozar
pues palabros no son dignos,
silencio atronador
déste, corazón indigno

'Copla a una vida'

martes, 13 de noviembre de 2012

Diario de un emigrante. Morada

Me dispongo a continuar mi relato. La mañana es nublada, para variar, los pájaros no cantan, pero no lo añoro pues suena el blue álbum de los Beatles. La taza de té y el ordenador me escoltan mientras siento satisfacción por mi primera nómina que ayer me pagaron, raquítica, pero primera. Al final me harté de ir de aquí para allá buscando particulares que me alquilasen una habitación para encontrarme agencias chupasangres detrás de cada anuncio. No me quedó más solución que contratar los servicios de una de ellas. Debe llamarse algo así como UKLondonFlat, y fue la que mejor impresión me dió. Visité varios antros más, hasta que al final hallé algo donde poder descansar sin que la mierda me comiera. Hoy en día le llamo casa. Mi contacto con la agencia, fui a su oficina, terreno enemigo, me atendieron en castellano, mierda para todos, yo quiero practicar mi inglés, hablaba español con ese acento guiri que tanta gracia nos hace. Se llamaba Joe, según me indicó el, mas tarde descubrí que se llamaba Gio, que en inglés hablado por italianos se debe de pronunciar igual. Era un hombre en sus treinta pasados, vestía decentemente, algo que me debería haber dado pie a pensar que no era inglés como yo en un principio creía. Los ingleses se visten con el culo, y las inglesas ni siquiera usan el culo. Cuanto más hortera y estrafalario sea la prenda que te pones más guay eres, asi que pasear por la calle se convierte en un constante desfile de personajes intentando ser más ridículo que el anterior, y creedme, lo consiguen.


No se me distraigan, había conseguido uno de los objetivos principales, y solo me había costado una semana y un motón de pounds, si un motón, pago el doble que en Pamplona por una casa la mitad de decente, siendo generosos con los piropos. Lo celebré con mis ya casi íntimos Jose y Alex. No me fliparé, toda la celebración fue un enhorabuena y un apretón de manos. Pero en los momentos que estaba era una maravilla. Otra vez tocaba, coger todos mis bártulos, toda mi vida en una maleta, toda mi sabiduría, mi ropa y mi compañía, y cruzarme Londres, en un metro para nada accesible. Los diseñadores de este metro deberían acudir a una clase con Sacris, y así comprender lo que es la accesibilidad. Legué, expectante, ¿Qué me encontraría?, ¿Quiénes serían mis nuevos compañeros de rutina? Miles de preguntas, quizá algo acojonado, debido a mi natural timidez, que intento dejar atrás con viajes y experiencias como esta. Respuesta positiva, gente agradable, enseguida se ofrecieron a ayudarme, me indicaron las cosas importantes, es decir, donde comprar ropa, comida barata, quien vendía hierba por allí, y las reglas de higiene de la casa… bueno esto último se lo saltaron. Aquello era el salvaje oeste, cada cual sobrevivía como podía, y eso que llegue en plena mejoría de la limpieza del hogar, habían quitado toda la ceniza de porro que ocupaba la mesa de la cocina el día anterior. Estaba de suerte, tenía de nuevo la flor en el culo. Casi doy saltos de alegría cuando me lo contaron, pero la prudencia me pudo. 

La fauna de la casa por aquellos momentos tampoco tenía desperdicio, teníamos un suizo bohemio, perdón, un suizo pijo-bohemio, sigue aquí, le encanta tocar la armónica y demostrar que le va la vida de tirado, pero al día siguiente aparece con una cámara fotográfica nueva, y no repara en esfuerzos para hacer saber a todo el mundo la millonada que le ha costado. No trabaja, solo hace el vago. Continuando nuestra visita la circo nos encontramos con el gordo y el flaco, una pareja de canarios indescriptibles, buenas intenciones, pero… demasiado vagos para buscarse un trabajo, dejar CV debe de ser una tarea de constancia, uno a la semana no es un buen promedio, pero tocaban muy bien la guitarra, algo que echo de menos, ya no hay música… la armónica suiza aun no se considera música, aún le queda practicar mucho más a costa de nuestros oídos. Hay una habitación en la casa que es sus buenos días posiblemente fuera el salón de la casa, hoy alberga tres potrosas camas y otros tantos armarios destartalados, todo ello ordenado en un caos perfecto. Allí descansaba la vieja guardia, Mortadelo y Filemón, italiano y francés, alto y bajo, tranquilo y nervio puro, guapo y feo, artista y deportista, pero los dos muy buenos tíos. Italia lleva cuatro, ahora cinco meses en Londres, llegó como todos los italianos, sin hablar ni una palabra de inglés, trabaja en un bar español en King Cross y no sabe el significado de lo que sirve en el bar. Es un fucker, cada día que le veo esta con una diferente, y no parece tener mucho reparo en tener compañeros de habitación. Francia es nervioso, bromista, con mucha energía, a la vez que responsable. Tiempo después conocí a su novia. Cualquier persona que les viese juntos pensaría ‘ella es la que manda, le debe destrozar en la cama, menuda mujer’, cuando les ves interactuar empiezan las dudas, de esas personalidades que pegan la una con la otra, verles en un pub de noche es mejor espectáculo que cualquier teatro de Londres. Queda otro inquilino por presentar, nunca supe su nombre, le llamábamos the Gosht, por algo será. Se volvió.


Una colmena con abejas de todos los rincones del campo de juego, tantas cosas en común como diferentes, aunque de momento funciona, y alecciona. 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Concursante

Tras las trágicas noticias de estas semanas sobre los suicidios sucedidos en España, me viene a la memoria una película que vi hace algún tiempo. Ópera prima de un director increíble, indescifrable, en busca de dar la nota, de hacer posible lo imposible. Me enamoró con esta reflexión sobre el sistema, no descansa, ritmo trepidante, osada, y después me deslumbró atreviéndose con Buried, 93 minutos agónicos dentro de un ataúd. Dejo un fragmento de la película, que quiero destacar que se estreno antes del inicio de esta crisis. Premonitoria? Tal vez... por favor reflexionemos profundamente. Todos somos humanos, ¿Por qué nos hacemos esto los unos a los otros? 


jueves, 8 de noviembre de 2012

Diario de un emigrante. Primeras impresiones


Tres semanas llevo ya en esta exorbitante ciudad. Tres semanas lentas, de diez días cada una, de fuertes contrastes, instantes de inmensa alegría interrumpida por pésimas sensaciones, producidas todas ellas por grandes progresos y peores baches. Cosmopolita, instructora, penosa, cruel, amistosa, insoportable, comprensiva, insultante, benevolente, tolerante, complaciente, intransigente, feroz, inolvidable, brutal, memorable, extraña, cercana, ofensiva, grosera, encomiástico, halagador, dura, solitaria, hiriente, aduladora… tal es la ciudad y tal es mi experiencia en este tiempo.

Entrando en detalles escabrosos y los no tanto; arribé un frio lunes de septiembre, el diecisiete más concretamente, siendo alguien ya iniciado en el transportes londinense y teniendo tan claro mi destino, dediqué mi primera evening a hacerme con una tarjeta de telefonía, objeto que me fue de fácil acceso y pequeño costo. También de gran utilidad, pues en lo que utilice mis esfuerzos en los siguientes días fue el buscar una habitación donde descansar, que me proporcionase mejor cobijo que el, aunque confortable, infame Walrus. Tal era el nombre del hostal donde sus chicos tanto me ayudaron y me aconsejaron. Dos de ellos, Jose y Alex, venían de México, dato que no estuvo en mi poder el primer día y me hizo practicar mi inglés con quien me podría haber entendido en mi lengua materna. Era una edificación con el típico sucio encanto londinense, aquellos que habéis visitado Londres me entenderéis. La planta baja la ocupaba… y la ocupa un confortable bar, sobre el cual se sostiene una sucesión caótica de habitaciones abarrotadas de gentes de las más variadas partes del mundo. Allí conocí, dando por nombrados a los mexicanos, a un profesor de Ingeniería de la Universidad de Valladolid, que al ser, al igual que yo, viajero solitario, se convirtió rápido en un gran amigo temporal, y porque no decirlo, aunque no a sabiendas, en un apoyo más que eficaz para esos momentos de soledad que me atacaban en tales días. The Warlus se convirtió en mi morada y Ramón, Alex y Jose en mis nuevos amigos express.

Buscar un nuevo acomodamiento se convirtió en algo pesado. Tenía la información necesaria para llevarla a cabo, pero, quizá no las expectativas adecuadas. Londres es especial, sus habitaciones también. En sucesión de sucias, caóticas y desordenadas llamémosles casas pasaron ante mi. En alguna de la habitaciones no entraba yo junto con mis maletas, y otras estaban ya ocupadas por distintos tipos de insectos y bichos varios. Por no hablar de las zonas comunes de dichas moradas, pues como todo aquel que haya compartido residencia con gente de similares condiciones sabrá, suelen ser aun peor limpiadas que la propia habitación, como es de esperar. Mi intención era encontrar a través de las webs inglesas y de los periódicos gratuitos un landlord, como se llaman aquí los caseros, que me evitase pasar por inmobiliarias, agencias y demás chupasangres presentes siempre en estos negocios, más si cabe en una ciudad como Londres. He de decir que encontré lo que buscaba, encontré la aguja en el pajar, mas la aguja estaba roñosa y, aunque tenía un precio razonable… razonable para lo reducido de aquel cuarto de escobas. Así me harté de gastarme el saldo del móvil en llamadas a supuestos particulares que resultaban ser exigentes agencias. Te vendían el oro y el moro para engatusarte y en cuanto mostrabas el mínimo interés por sus servicios, era entonces cuando salían con los meses que querían por adelantado y los otros tantos que requerían de fianza. Siendo siempre muy mentiroso y echándome el farol de que, por supuesto, podía permitírmelo, para lograr ver la casa en cuestión, descubrí algún lugar medianamente digno de llamarse habitación, pero nunca en comparación con el concepto que tenemos de ello en España. En ello me sucedió un par de anécdotas que me llevaron a darme cuenta de que en Londres cada cual se preocupa de sí mismo y poco importa lo que hagan los demás, además se sienten particularmente ofendidos ante las interacciones de extraños en sus quehaceres diarios.

La primera sucedió en tanto esperaba, al mentado anteriormente, casero del cuarto de escoba, con el que había quedado bajo el roñoso puente del ferrocarril. Al no saber yo el aspecto que tendría Delroy, mire con extrañeza a todo hombre que se me acercaba sospechoso de ser mi nuevo socio. A uno de ellos no le pareció correcto y me devolvió la misma mirada, aunque, por que no decirlo, más incómoda, y volviéndose por momentos desafiante me preguntó ‘Do you have any problem?’ a lo cual yo respondi, con mi mejor inglés posible ‘No, sorry, I m waiting for one who is going to sow me a room for rent. I thought you were that person…’. Se dio por satisfecho y continuó su camino. Dejome más dubitativo aun, y tal vez algo nervioso, ante lo que me iba a encontrar. El resto es conocido, resulto ser Jamaicano y vivir en una casa con su hijo, de la cual alquilaban aquel cubículo como habitación por ochenta y cinco pounds per week.

La segunda acaeció mientras visitaba pisos con una de las tramposas agencias que se camuflaban tras los supuestos números privados de los anuncios de gumtree, la web más grande donde se puede encontrar de todo. Recorrimos las calles de Londres de un piso a otro, por llamarlos de alguna manera, con una compañía de lo más variopinta, un italiano, una pareja de rumanos y nuestro chofer brasileño, que hacia las veces de agente inmobiliario una vez llegados a los pisos. De todos los antros que visitamos, hubo uno que se parecía a una casa, tal vez era por que aun no vivía nadie allí y estaba todo nuevo. He de aclarar que no me lo quede pues el precio, ciento treinta y tres pounds por semana, por aquel zulo de habitación me pareció desorbitado. Aunque siendo el único digno de llamarse hogar saque una fotografía al nombre del vecindario en un cartel cercano, y a esto ese me acerco una noble ancianita a preguntarme porque sacaba fotos a su casa. Una vez más me toco sacar a relucir mi entrecortado inglés para explicarle mis motivos.

Inciso sobre el hilo de la historia para trasladar una idea muy oportuna sobre la emigración, las fronteras, los nacionalismos y demás canceres de este mundo:

 La elección de una fecha de origen es puramente arbitraria. En el año 1000, la mayor parte de lo que hoy es España formaba parte de un califato islámico. Si utilizas la Historia para justificar la “nación española”, no puedes quejarte de que Al Qaeda luche por restaurar Al Andalus. Ellos han elegido una fecha tan legítima (y arbitraria) como la tuya. Si de verdad queremos respetar la Historia, si tanto nos importa la tierra de nuestros antepasados, deberíamos mudarnos todos al Valle del Rift. De aquél rincón de África salimos todos los humanos. ¿Me escucha Sr. Mayor Oreja? La próxima vez que le pregunten por su origen, quiero escucharle decir: “yo, antes que nada, soy un inmigrante africano”.


Fragmento del articulo: ‘¿Cómo alguien puede ser ‘nacionalista’ y ‘de izquierdas’?’ de Principe Marusia, publicado en Público con fecha del 15 de octubre de 2012.