Tres
semanas llevo ya en esta exorbitante ciudad. Tres semanas lentas, de diez días
cada una, de fuertes contrastes, instantes de inmensa alegría interrumpida por
pésimas sensaciones, producidas todas ellas por grandes progresos y peores
baches. Cosmopolita, instructora, penosa, cruel, amistosa, insoportable,
comprensiva, insultante, benevolente, tolerante, complaciente, intransigente,
feroz, inolvidable, brutal, memorable, extraña, cercana, ofensiva, grosera,
encomiástico, halagador, dura, solitaria, hiriente, aduladora… tal es la ciudad
y tal es mi experiencia en este tiempo.
Entrando
en detalles escabrosos y los no tanto; arribé un frio lunes de septiembre, el
diecisiete más concretamente, siendo alguien ya iniciado en el transportes
londinense y teniendo tan claro mi destino, dediqué mi primera evening a
hacerme con una tarjeta de telefonía, objeto que me fue de fácil acceso y
pequeño costo. También de gran utilidad, pues en lo que utilice mis esfuerzos
en los siguientes días fue el buscar una habitación donde descansar, que me
proporcionase mejor cobijo que el, aunque confortable, infame Walrus. Tal era
el nombre del hostal donde sus chicos tanto me ayudaron y me aconsejaron. Dos
de ellos, Jose y Alex, venían de México, dato que no estuvo en mi poder el
primer día y me hizo practicar mi inglés con quien me podría haber entendido en
mi lengua materna. Era una edificación con el típico sucio encanto londinense,
aquellos que habéis visitado Londres me entenderéis. La planta baja la ocupaba…
y la ocupa un confortable bar, sobre el cual se sostiene una sucesión caótica
de habitaciones abarrotadas de gentes de las más variadas partes del mundo.
Allí conocí, dando por nombrados a los mexicanos, a un profesor de Ingeniería
de la Universidad de Valladolid, que al ser, al igual que yo, viajero
solitario, se convirtió rápido en un gran amigo temporal, y porque no decirlo,
aunque no a sabiendas, en un apoyo más que eficaz para esos momentos de soledad
que me atacaban en tales días. The Warlus se convirtió en mi morada y Ramón,
Alex y Jose en mis nuevos amigos express.
Buscar
un nuevo acomodamiento se convirtió en algo pesado. Tenía la información
necesaria para llevarla a cabo, pero, quizá no las expectativas adecuadas.
Londres es especial, sus habitaciones también. En sucesión de sucias, caóticas
y desordenadas llamémosles casas pasaron ante mi. En alguna de la habitaciones
no entraba yo junto con mis maletas, y otras estaban ya ocupadas por distintos
tipos de insectos y bichos varios. Por no hablar de las zonas comunes de dichas
moradas, pues como todo aquel que haya compartido residencia con gente de
similares condiciones sabrá, suelen ser aun peor limpiadas que la propia
habitación, como es de esperar. Mi intención era encontrar a través de las webs
inglesas y de los periódicos gratuitos un landlord, como se llaman aquí los
caseros, que me evitase pasar por inmobiliarias, agencias y demás chupasangres
presentes siempre en estos negocios, más si cabe en una ciudad como Londres. He
de decir que encontré lo que buscaba, encontré la aguja en el pajar, mas la
aguja estaba roñosa y, aunque tenía un precio razonable… razonable para lo
reducido de aquel cuarto de escobas. Así me harté de gastarme el saldo del
móvil en llamadas a supuestos particulares que resultaban ser exigentes
agencias. Te vendían el oro y el moro para engatusarte y en cuanto mostrabas el
mínimo interés por sus servicios, era entonces cuando salían con los meses que
querían por adelantado y los otros tantos que requerían de fianza. Siendo
siempre muy mentiroso y echándome el farol de que, por supuesto, podía permitírmelo,
para lograr ver la casa en cuestión, descubrí algún lugar medianamente digno de
llamarse habitación, pero nunca en comparación con el concepto que tenemos de
ello en España. En ello me sucedió un par de anécdotas que me llevaron a darme
cuenta de que en Londres cada cual se preocupa de sí mismo y poco importa lo
que hagan los demás, además se sienten particularmente ofendidos ante las
interacciones de extraños en sus quehaceres diarios.
La
primera sucedió en tanto esperaba, al mentado anteriormente, casero del cuarto
de escoba, con el que había quedado bajo el roñoso puente del ferrocarril. Al
no saber yo el aspecto que tendría Delroy, mire con extrañeza a todo hombre que
se me acercaba sospechoso de ser mi nuevo socio. A uno de ellos no le pareció
correcto y me devolvió la misma mirada, aunque, por que no decirlo, más
incómoda, y volviéndose por momentos desafiante me preguntó ‘Do you have any
problem?’ a lo cual yo respondi, con mi mejor inglés posible ‘No, sorry, I m
waiting for one who is going to sow me a room for rent. I thought you were that
person…’. Se dio por satisfecho y continuó su camino. Dejome más dubitativo
aun, y tal vez algo nervioso, ante lo que me iba a encontrar. El resto es
conocido, resulto ser Jamaicano y vivir en una casa con su hijo, de la cual
alquilaban aquel cubículo como habitación por ochenta y cinco pounds per week.
La
segunda acaeció mientras visitaba pisos con una de las tramposas agencias que
se camuflaban tras los supuestos números privados de los anuncios de gumtree,
la web más grande donde se puede encontrar de todo. Recorrimos las calles de
Londres de un piso a otro, por llamarlos de alguna manera, con una compañía de
lo más variopinta, un italiano, una pareja de rumanos y nuestro chofer
brasileño, que hacia las veces de agente inmobiliario una vez llegados a los
pisos. De todos los antros que visitamos, hubo uno que se parecía a una casa,
tal vez era por que aun no vivía nadie allí y estaba todo nuevo. He de aclarar
que no me lo quede pues el precio, ciento treinta y tres pounds por semana, por
aquel zulo de habitación me pareció desorbitado. Aunque siendo el único digno de
llamarse hogar saque una fotografía al nombre del vecindario en un cartel
cercano, y a esto ese me acerco una noble ancianita a preguntarme porque sacaba
fotos a su casa. Una vez más me toco sacar a relucir mi entrecortado inglés
para explicarle mis motivos.
Inciso
sobre el hilo de la historia para trasladar una idea muy oportuna sobre la
emigración, las fronteras, los nacionalismos y demás canceres de este mundo:
La elección de una fecha de
origen es puramente arbitraria. En el año 1000, la mayor parte de lo que hoy es
España formaba parte de un califato islámico. Si utilizas la Historia para
justificar la “nación española”, no puedes quejarte de que Al Qaeda luche por
restaurar Al Andalus. Ellos han elegido una fecha tan legítima (y arbitraria)
como la tuya. Si de verdad queremos respetar la Historia, si tanto nos importa
la tierra de nuestros antepasados, deberíamos mudarnos todos al Valle del
Rift. De aquél rincón de África salimos todos los humanos. ¿Me
escucha Sr. Mayor Oreja? La próxima vez que le pregunten por su origen, quiero
escucharle decir: “yo, antes que nada, soy un inmigrante africano”.
Fragmento
del articulo: ‘¿Cómo alguien puede ser ‘nacionalista’ y ‘de izquierdas’?’ de
Principe Marusia, publicado en Público con fecha del 15 de octubre de 2012.