Cuando volví a Londres después de unos días en casa, hablando en castellano, comiendo bien, disfrutando de los cariños de los seres queridos. Después de esos días, comenzó otra vez toda la odisea, busca trabajo, busca casa, comienza de nuevo, vuelta a los nervios anteriores, a sensaciones ya vividas y no precisamente placenteras. Pero con esfuerzo, constancia y mucho apoyo en los míos lo vuelvo a conseguir, incluso mejorar, mismo puesto de trabajo, ya conozco a los compañeros, ya conozco el trabajo, ya saben cómo trabajo, no me tengo que camelar al jefe, ya lo tengo engañado. Pero si, mejor sueldo, nunca pensé que subir un sueldo iba a ser tan fácil, y creo que nunca más lo volverá a ser. Seguía sirviendo mesas.
Nueva casa, nueva habitación, nuevos
compañeros de casa. La mía era una habitación pequeña, muy pequeña, pero
suficiente para mí y para mis pensamientos. El día que me enseñaron la casa
pensé que estaba deshabitada, nadie se oía o se movía por allí. Pero luego fui
descubriendo poco a poco a sus habitantes. Si en mi anterior morada entre mis
compañeros contaba con chavales buscavidas, en mi situación con más o menos
empeño, pero buscándose las habichuelas, en esta no, todos eran estudiantes,
parecían tener más dinero, o por lo menos una idea más, como decirlo, decidida
de machacarse por la vida. Primero le conocí, era grande, estudiaba un
postgrado, en algo de letras, nunca llegue a comprender que era exactamente,
pero le dedicaba horas, a eso y a hablar con sus amigas, lo que me recuerda al
segundo, como no tenía muchos amigos por allí, hablaba conmigo, y con quien se
pusiera delante, al principio me pareció simpático, hasta tenía una conversación
interesante, luego fue tornando a monótono, todo era lo que él había hecho, lo
que él tenía, y lo que él iba a hacer, más tarde se transformó en tedioso, no
se callaba, no había forma de escapar, ni un resquicio, era implacable. Una vez
conseguí huir de él, y tuve que pasar horas encerrado en mi cuarto, porque para
salir había que cruzar la cocina donde él montaba guardia. Era portugués. Luego
había una chica que siempre cocinaba cosas raras, supongo que para ellos sería
raro lo que yo cocinaba. Parecía china, y no hablaba mucho, y como yo tampoco,
pues nuestras conversaciones eran de lo más fluido. ‘Hello, how ‘re you?’ y
poco más. Al de un tiempo descubrí que no era china, era india, pero debía ser
de alguna región cercana a china y de ahí los rasgos achinados. Última persona
que conocí, esta si era india, de verdad, con sus rasgos característicos y
todo. Resultó ser puta.
Como casi todos los días cogí la
ruta 113 desde mi Golders Green para bajarme unas diez paradas más allá, Swiss
Cottage, recuerdo que llegue tarde, pero aun así, de los primeros, era un día
duro, como todos los sábados. Lleno absoluto en el restaurante, la comida del
nuevo chef, parecía gustar a la clientela tanto o más que la de él antiguo.
Gente haciendo cola en la calle para cenar, y como no, nervios, en cocina, en
la barra, los camareros no dábamos abasto. Una equivocación significaba mucho
retraso, muchas quejas de los clientes, y la consiguiente severa reprimenda del
ogro, mejor hacerlo bien a la primera. Quizá sea uno de los trabajos que más
presión me ha hecho soportar hasta el día de hoy, recordaré esos momentos
cuando este tirado en la cama. Aprendizaje para el futuro. Tenía un truco, ser
un robot, aislarme de los gritos, de los nervios ajenos, a mí me sobraban
propios, no necesitaba los de los demás. Y pensar en volver, en llegar a casa,
en descansar en sus brazos, en dejarme mimar, dejarme querer. Todo llega,
terminó la noche, tuvimos una buena cena, creo recordar que fue un jugoso murgh
xacuti.
Salí a la negra noche londinense,
busque mi autobús, lo paré, me subí. Todos los días me sentaba en la última
fila del piso superior, buscando un lugar tranquilo donde sacar mi libro y
sumergirme en sus líneas. Pero aquel día era diferente. Quizá presagiando lo
que iba a pasar. El autobús venía repleto, mucho más de lo habitual. Además
encontré un rostro conocido entre los viajeros agotados que ansiaban llegar a sus casas. Conversé con él, el mundo
es pequeño, incluso en una ciudad como Londres puedes cruzarte con una misma
persona dos veces en la misma semana. The Vale, mi parada, me toca bajarme, la
calle vacía y fría se ofrece a llevarme a casa, pero los pasos los doy yo. Ella
me esperaba, siento gran pasión por ella, por nosotros, estoy enamorado de la
idea, de ella también. La puerta frente a mí me saca de mis pensamientos. Toco
el timbre, se oyen pasos, se abre la puerta, llega, casi no le da tiempo a
darme un beso, la exaltación le puede, tiene algo que contarme. Le sigo
inquieto por el pasillo, por el pasillo de siempre, llegamos a la cocina, allí
están, tal vez más exaltados, mis compañeros de casa, parte de ello, sostienen
un ordenador, no dan crédito a lo que ven, cuando me lo muestran yo tampoco. En
la página web mi compañera, la de los rasgos indios, la de los horarios raros,
la que acababan de expulsar de la casa, era scort de lujo, acompañante.
Cierto día vino un chico, abrió mi
habitación, se extrañó y me preguntó por el baño. Otro coincidí con ella cuando
estaba cocinando, lo hacía a menudo, se sorprendió, dijo que a ella también le
gustaría cocinar, pero que tenía una vida social muy ajetreada, que no tenía
tiempo. Cada dos días había flores nuevas en el jarrón de la cocina… ahora todo
tiene una explicación.