Quizá ninguna ciudad es tan
buscada para narrar un asesinato, ninguna como ella para darle un aura mística
y melancólica. Ese ambiente de decadencia que se huele y se percibe en las
orillas del Támesis, que embadurna las calles del viejo Lóndres. La bohemia
urbe británica, ha sido, desde antaño, habitada por gentes venidas de todo el
mundo, irlandeses en busca de una vida mejor, judíos avaros de dinero, rusos
huyendo de la inestabilidad de su imperio, mezcolanza de culturas y colores, mezcolanza con el gris de sus paredes, de su niebla, de su frío invernal y de su
sol rasante. Esta mezcla hace que las más variadas costumbres y formas de vivir
y entender la vida se entrelacen, sucedan formando el escenario pintoresco,
casi tétrico necesario para teatralizar un crimen. Tal vez la zona más famosa
sean las barriadas de Whitechapel de finales del siglo XIX, con el más que
conocido, Jack the Ripper, extraño entre los extraños, misterioso en el
misterio, desconocido aun a día de hoy. La leyenda de Jack el Destripador tiene
mucho de ello, de leyenda, pero ciertamente sus crímenes acaecieron, fueron
cometidos en las callejuelas humeantes del este de Lóndres. Se teoriza sobre la
muerte de Annie Chapman, inglesa de nacimiento, prostituta de profesión, otra
de las muchas mujeres que encontraban en la vida pendenciera una salida a la
miseria que les rodeaba, casada por la iglesia, madre de dos niñas y un chaval,
físicamente presentaba complexión fuerte, incluso algo de sobrepeso, ojos
azules y tez pálida, siglos a podría haber sido el estereotipo de belleza, como
las grandes mujeres de los cuadros de Velázquez, pero también cuarta víctima de
Jack el Destripador. Testigos declararon a Scotland Yard que vieron a Annie
acompañada de un hombre bien vestido, de porte elegante, tal vez de alta cuna,
por lo menos de recatada educación, de esos que hoy en día nos generan confianza.
Así trabajaba Jack, en los bajos fondos de la ciudad, allí donde la moralidad
se tambalea. Se acercó, charló con Annie, ella pensó en trabajo, en que le
pagaría bien, pues parecía tenerlo, confió en él, salió con el de la seguridad
que genera la acción en público, la mirada de la masa, se alejó con él, se fue
con él. Fue su último error. Dicen de ella que padecía tuberculosis y algún
tipo de demencia, el alcohol, su estilo de vida, su falta de esperanza le
habían llevado a esta situación, pero todos los sueños, los deseos de llegar a una
vida mejor, de ver crecer a sus hijos, de hacer el amor con su marido, todos
ellos quedaron brutalmente interrumpido, acabados, Jack los terminó. John
Davies, cochero de profesión, como el marido de Annie encontró su cuerpo hacia
las seis de la mañana del sábado ocho de septiembre de mil ochocientos ochenta
y ocho. La declaración del médico que examinó el cuerpo da una idea de lo brutal del asesinato ‘El
cuerpo estaba terriblemente mutilado...la rigidez del los miembros no era
marcada, pero estaba empezando, claramente. (…)El abdomen había sido totalmente abierto: los
intestinos, separados de sus ataduras mesentéricas, habían sido extraídos y
colocados sobre el hombro de la víctima; en la pelvis, el útero y sus apéndices
con la parte de arriba de la vagina y los dos tercios posteriores de la vejiga
habían sido totalmente extraídos. No se encontró rastro de esa partes, y los
cortes eran limpios, evitando el recto, y dividiendo la vagina de forma que se
evitó cualquier daño a la cerviz uterina.’. Así acabo la vida de Annie Chapman.
Hoy en día ya no existe ni siquiera su tumba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario