domingo, 2 de junio de 2013

Tren en vía muerta. Introducción


Quizá ninguna ciudad es tan buscada para narrar un asesinato, ninguna como ella para darle un aura mística y melancólica. Ese ambiente de decadencia que se huele y se percibe en las orillas del Támesis, que embadurna las calles del viejo Lóndres. La bohemia urbe británica, ha sido, desde antaño, habitada por gentes venidas de todo el mundo, irlandeses en busca de una vida mejor, judíos avaros de dinero, rusos huyendo de la inestabilidad de su imperio, mezcolanza de culturas y colores, mezcolanza con el gris de sus paredes, de su niebla, de su frío invernal y de su sol rasante. Esta mezcla hace que las más variadas costumbres y formas de vivir y entender la vida se entrelacen, sucedan formando el escenario pintoresco, casi tétrico necesario para teatralizar un crimen. Tal vez la zona más famosa sean las barriadas de Whitechapel de finales del siglo XIX, con el más que conocido, Jack the Ripper, extraño entre los extraños, misterioso en el misterio, desconocido aun a día de hoy. La leyenda de Jack el Destripador tiene mucho de ello, de leyenda, pero ciertamente sus crímenes acaecieron, fueron cometidos en las callejuelas humeantes del este de Lóndres. Se teoriza sobre la muerte de Annie Chapman, inglesa de nacimiento, prostituta de profesión, otra de las muchas mujeres que encontraban en la vida pendenciera una salida a la miseria que les rodeaba, casada por la iglesia, madre de dos niñas y un chaval, físicamente presentaba complexión fuerte, incluso algo de sobrepeso, ojos azules y tez pálida, siglos a podría haber sido el estereotipo de belleza, como las grandes mujeres de los cuadros de Velázquez, pero también cuarta víctima de Jack el Destripador. Testigos declararon a Scotland Yard que vieron a Annie acompañada de un hombre bien vestido, de porte elegante, tal vez de alta cuna, por lo menos de recatada educación, de esos que hoy en día nos generan confianza. Así trabajaba Jack, en los bajos fondos de la ciudad, allí donde la moralidad se tambalea. Se acercó, charló con Annie, ella pensó en trabajo, en que le pagaría bien, pues parecía tenerlo, confió en él, salió con el de la seguridad que genera la acción en público, la mirada de la masa, se alejó con él, se fue con él. Fue su último error. Dicen de ella que padecía tuberculosis y algún tipo de demencia, el alcohol, su estilo de vida, su falta de esperanza le habían llevado a esta situación, pero  todos los sueños, los deseos de llegar a una vida mejor, de ver crecer a sus hijos, de hacer el amor con su marido, todos ellos quedaron brutalmente interrumpido, acabados, Jack los terminó. John Davies, cochero de profesión, como el marido de Annie encontró su cuerpo hacia las seis de la mañana del sábado ocho de septiembre de mil ochocientos ochenta y ocho. La declaración del médico que examinó el cuerpo da una idea de lo brutal del asesinato ‘El cuerpo estaba terriblemente mutilado...la rigidez del los miembros no era marcada, pero estaba empezando, claramente. (…)El abdomen había sido totalmente abierto: los intestinos, separados de sus ataduras mesentéricas, habían sido extraídos y colocados sobre el hombro de la víctima; en la pelvis, el útero y sus apéndices con la parte de arriba de la vagina y los dos tercios posteriores de la vejiga habían sido totalmente extraídos. No se encontró rastro de esa partes, y los cortes eran limpios, evitando el recto, y dividiendo la vagina de forma que se evitó cualquier daño a la cerviz uterina.’. Así acabo la vida de Annie Chapman. Hoy en día ya no existe ni siquiera su tumba. 

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