Me
dispongo a continuar mi relato. La mañana es nublada, para variar, los pájaros
no cantan, pero no lo añoro pues suena el blue álbum de los Beatles. La taza de
té y el ordenador me escoltan mientras siento satisfacción por mi primera nómina
que ayer me pagaron, raquítica, pero primera. Al final me harté de ir de aquí
para allá buscando particulares que me alquilasen una habitación para
encontrarme agencias chupasangres detrás de cada anuncio. No me quedó más
solución que contratar los servicios de una de ellas. Debe llamarse algo así
como UKLondonFlat, y fue la que mejor impresión me dió. Visité varios antros
más, hasta que al final hallé algo donde poder descansar sin que la mierda me
comiera. Hoy en día le llamo casa. Mi contacto con la agencia, fui a su
oficina, terreno enemigo, me atendieron en castellano, mierda para todos, yo
quiero practicar mi inglés, hablaba español con ese acento guiri que tanta
gracia nos hace. Se llamaba Joe, según me indicó el, mas tarde descubrí que se
llamaba Gio, que en inglés hablado por italianos se debe de pronunciar igual.
Era un hombre en sus treinta pasados, vestía decentemente, algo que me debería
haber dado pie a pensar que no era inglés como yo en un principio creía. Los
ingleses se visten con el culo, y las inglesas ni siquiera usan el culo. Cuanto
más hortera y estrafalario sea la prenda que te pones más guay eres, asi que
pasear por la calle se convierte en un constante desfile de personajes
intentando ser más ridículo que el anterior, y creedme, lo consiguen.
No
se me distraigan, había conseguido uno de los objetivos principales, y solo me
había costado una semana y un motón de pounds, si un motón, pago el doble que
en Pamplona por una casa la mitad de decente, siendo generosos con los piropos.
Lo celebré con mis ya casi íntimos Jose y Alex. No me fliparé, toda la
celebración fue un enhorabuena y un apretón de manos. Pero en los momentos que
estaba era una maravilla. Otra vez tocaba, coger todos mis bártulos, toda mi
vida en una maleta, toda mi sabiduría, mi ropa y mi compañía, y cruzarme
Londres, en un metro para nada accesible. Los diseñadores de este metro
deberían acudir a una clase con Sacris, y así comprender lo que es la
accesibilidad. Legué, expectante, ¿Qué me encontraría?, ¿Quiénes serían mis
nuevos compañeros de rutina? Miles de preguntas, quizá algo acojonado, debido a
mi natural timidez, que intento dejar atrás con viajes y experiencias como
esta. Respuesta positiva, gente agradable, enseguida se ofrecieron a ayudarme,
me indicaron las cosas importantes, es decir, donde comprar ropa, comida
barata, quien vendía hierba por allí, y las reglas de higiene de la casa… bueno
esto último se lo saltaron. Aquello era el salvaje oeste, cada cual sobrevivía
como podía, y eso que llegue en plena mejoría de la limpieza del hogar, habían
quitado toda la ceniza de porro que ocupaba la mesa de la cocina el día
anterior. Estaba de suerte, tenía de nuevo la flor en el culo. Casi doy saltos
de alegría cuando me lo contaron, pero la prudencia me pudo.
La
fauna de la casa por aquellos momentos tampoco tenía desperdicio, teníamos un
suizo bohemio, perdón, un suizo pijo-bohemio, sigue aquí, le encanta tocar la
armónica y demostrar que le va la vida de tirado, pero al día siguiente aparece
con una cámara fotográfica nueva, y no repara en esfuerzos para hacer saber a
todo el mundo la millonada que le ha costado. No trabaja, solo hace el vago.
Continuando nuestra visita la circo nos encontramos con el gordo y el flaco,
una pareja de canarios indescriptibles, buenas intenciones, pero… demasiado
vagos para buscarse un trabajo, dejar CV debe de ser una tarea de constancia,
uno a la semana no es un buen promedio, pero tocaban muy bien la guitarra, algo
que echo de menos, ya no hay música… la armónica suiza aun no se considera música,
aún le queda practicar mucho más a costa de nuestros oídos. Hay una habitación
en la casa que es sus buenos días posiblemente fuera el salón de la casa, hoy
alberga tres potrosas camas y otros tantos armarios destartalados, todo ello
ordenado en un caos perfecto. Allí descansaba la vieja guardia, Mortadelo y
Filemón, italiano y francés, alto y bajo, tranquilo y nervio puro, guapo y feo,
artista y deportista, pero los dos muy buenos tíos. Italia lleva cuatro, ahora
cinco meses en Londres, llegó como todos los italianos, sin hablar ni una
palabra de inglés, trabaja en un bar español en King Cross y no sabe el
significado de lo que sirve en el bar. Es un fucker, cada día que le veo esta
con una diferente, y no parece tener mucho reparo en tener compañeros de
habitación. Francia es nervioso, bromista, con mucha energía, a la vez que
responsable. Tiempo después conocí a su novia. Cualquier persona que les viese
juntos pensaría ‘ella es la que manda, le debe destrozar en la cama, menuda
mujer’, cuando les ves interactuar empiezan las dudas, de esas personalidades
que pegan la una con la otra, verles en un pub de noche es mejor espectáculo
que cualquier teatro de Londres. Queda otro inquilino por presentar, nunca supe
su nombre, le llamábamos the Gosht, por algo será. Se volvió.
Una
colmena con abejas de todos los rincones del campo de juego, tantas cosas en
común como diferentes, aunque de momento funciona, y alecciona.
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