martes, 13 de noviembre de 2012

Diario de un emigrante. Morada

Me dispongo a continuar mi relato. La mañana es nublada, para variar, los pájaros no cantan, pero no lo añoro pues suena el blue álbum de los Beatles. La taza de té y el ordenador me escoltan mientras siento satisfacción por mi primera nómina que ayer me pagaron, raquítica, pero primera. Al final me harté de ir de aquí para allá buscando particulares que me alquilasen una habitación para encontrarme agencias chupasangres detrás de cada anuncio. No me quedó más solución que contratar los servicios de una de ellas. Debe llamarse algo así como UKLondonFlat, y fue la que mejor impresión me dió. Visité varios antros más, hasta que al final hallé algo donde poder descansar sin que la mierda me comiera. Hoy en día le llamo casa. Mi contacto con la agencia, fui a su oficina, terreno enemigo, me atendieron en castellano, mierda para todos, yo quiero practicar mi inglés, hablaba español con ese acento guiri que tanta gracia nos hace. Se llamaba Joe, según me indicó el, mas tarde descubrí que se llamaba Gio, que en inglés hablado por italianos se debe de pronunciar igual. Era un hombre en sus treinta pasados, vestía decentemente, algo que me debería haber dado pie a pensar que no era inglés como yo en un principio creía. Los ingleses se visten con el culo, y las inglesas ni siquiera usan el culo. Cuanto más hortera y estrafalario sea la prenda que te pones más guay eres, asi que pasear por la calle se convierte en un constante desfile de personajes intentando ser más ridículo que el anterior, y creedme, lo consiguen.


No se me distraigan, había conseguido uno de los objetivos principales, y solo me había costado una semana y un motón de pounds, si un motón, pago el doble que en Pamplona por una casa la mitad de decente, siendo generosos con los piropos. Lo celebré con mis ya casi íntimos Jose y Alex. No me fliparé, toda la celebración fue un enhorabuena y un apretón de manos. Pero en los momentos que estaba era una maravilla. Otra vez tocaba, coger todos mis bártulos, toda mi vida en una maleta, toda mi sabiduría, mi ropa y mi compañía, y cruzarme Londres, en un metro para nada accesible. Los diseñadores de este metro deberían acudir a una clase con Sacris, y así comprender lo que es la accesibilidad. Legué, expectante, ¿Qué me encontraría?, ¿Quiénes serían mis nuevos compañeros de rutina? Miles de preguntas, quizá algo acojonado, debido a mi natural timidez, que intento dejar atrás con viajes y experiencias como esta. Respuesta positiva, gente agradable, enseguida se ofrecieron a ayudarme, me indicaron las cosas importantes, es decir, donde comprar ropa, comida barata, quien vendía hierba por allí, y las reglas de higiene de la casa… bueno esto último se lo saltaron. Aquello era el salvaje oeste, cada cual sobrevivía como podía, y eso que llegue en plena mejoría de la limpieza del hogar, habían quitado toda la ceniza de porro que ocupaba la mesa de la cocina el día anterior. Estaba de suerte, tenía de nuevo la flor en el culo. Casi doy saltos de alegría cuando me lo contaron, pero la prudencia me pudo. 

La fauna de la casa por aquellos momentos tampoco tenía desperdicio, teníamos un suizo bohemio, perdón, un suizo pijo-bohemio, sigue aquí, le encanta tocar la armónica y demostrar que le va la vida de tirado, pero al día siguiente aparece con una cámara fotográfica nueva, y no repara en esfuerzos para hacer saber a todo el mundo la millonada que le ha costado. No trabaja, solo hace el vago. Continuando nuestra visita la circo nos encontramos con el gordo y el flaco, una pareja de canarios indescriptibles, buenas intenciones, pero… demasiado vagos para buscarse un trabajo, dejar CV debe de ser una tarea de constancia, uno a la semana no es un buen promedio, pero tocaban muy bien la guitarra, algo que echo de menos, ya no hay música… la armónica suiza aun no se considera música, aún le queda practicar mucho más a costa de nuestros oídos. Hay una habitación en la casa que es sus buenos días posiblemente fuera el salón de la casa, hoy alberga tres potrosas camas y otros tantos armarios destartalados, todo ello ordenado en un caos perfecto. Allí descansaba la vieja guardia, Mortadelo y Filemón, italiano y francés, alto y bajo, tranquilo y nervio puro, guapo y feo, artista y deportista, pero los dos muy buenos tíos. Italia lleva cuatro, ahora cinco meses en Londres, llegó como todos los italianos, sin hablar ni una palabra de inglés, trabaja en un bar español en King Cross y no sabe el significado de lo que sirve en el bar. Es un fucker, cada día que le veo esta con una diferente, y no parece tener mucho reparo en tener compañeros de habitación. Francia es nervioso, bromista, con mucha energía, a la vez que responsable. Tiempo después conocí a su novia. Cualquier persona que les viese juntos pensaría ‘ella es la que manda, le debe destrozar en la cama, menuda mujer’, cuando les ves interactuar empiezan las dudas, de esas personalidades que pegan la una con la otra, verles en un pub de noche es mejor espectáculo que cualquier teatro de Londres. Queda otro inquilino por presentar, nunca supe su nombre, le llamábamos the Gosht, por algo será. Se volvió.


Una colmena con abejas de todos los rincones del campo de juego, tantas cosas en común como diferentes, aunque de momento funciona, y alecciona. 

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